Hoy os traigo un poema inédito que compuse para el pasado Voz a Voz (cuyo tema fue “mitología”). Me encantan este tipo de ejercicios en los que terminas llevándote tu cabeza, tu mente y tus tormentas al tema en cuestión y creas un homúnculo poético que mucho y poco tiene de ambas al mismo tiempo. Yo jugué a encarnar a un Lucifer sufriendo la desoladora sensación de quedarse solo y atrás tras una ruptura traumática.
Espero que hayáis empezado el año con ganas. Pinta bien este 2023.
Espero poder dar fechas de las reediciones y de “Infame capitana” en breve.
Siempre agradecido.
P.
Un poco de historia: El Manuscrito Voynich
La Historia está plagada de misterios sin resolver o con explicaciones tan remotas e inverosímiles que cuesta aceptarlas.
Este uno de estos misterios.
El Manuscrito Voynich, llamado así en honor de su descubridor, Wilfrid M. Voynich, fue hallado en 1912. Está escrito en una lengua desconocida, que nadie ha podido descifrar (del todo, al menos) hasta el momento.
Se trata de un libro de 240 páginas de hace 600 años, con apariencia de herbario, que contiene dibujos de 113 plantas sin identificar, otros que parecen signos zodiacales, y otras 100 especies de plantas medicinales identificadas.
Siguiendo la historia del manuscrito, se llega a una pareja de lo más pintoresca: John Dee, un matemático y astrónomo, y Edward Kelley, un charlatán con fama de que bien sabía de todo y de nada a la vez. Estos dos se presentaron ante Rodolfo II de Habsburgo en 1580 y le vendieron el manuscrito. Desde entonces, innumerables científicos, astrónomos, matemáticos y personas de fe han intentado descifrar de qué trata sin éxito.
Se ha llegado a decir que simplemente era una broma bien elaborada por Dee y Kelley para timar a Rodolfo II, pero la prueba de carbono 14 coloca la fabricación del manuscrito entre 1404 y 1434, un siglo antes de que nacieran, y el texto Sigue la Ley de Zipf, formulada en 1940, según la cual en todas las lenguas humanas naturales si coges la palabra más usada en un texto largo, se repite el doble de veces que la segunda más frecuente, el triple de veces que la tercera, etc. Esta ley no se cumple en los lenguajes artificiales como el élfico de Tolkien o el Klingon de Star Trek, pero sí en el voynichés (nombre que se le ha puesto popularmente al idioma del manuscrito). Además, su autor no podía conocerla 500 años antes de que se formulase.
Además toda la escritura es fluida, como ocurre con una lengua natural cuando se escribe. No hay pausas en el trazo para inventarse palabras o escribir al azar. Y se han detectado reglas ortográficas: letras que siempre van juntas, otras que nunca van juntas, etc.
Han sido muchos los que han proclamado haberlo descrito, pero nunca nadie ha aunado a toda la comunidad de investigadores y científicos bajo una sola explicación (en cierto modo, porque ninguna es del todo completa).
Ea, ya sabéis algo nuevo.
Carne de mito
Y lo digo sin burla:
Qué cruz ser el favorito,
qué cruz ser el hijo predilecto de un padre con una moral tan laxa.
Qué castigo ser la sombra de alguien que no le importa ya a nadie.
No es ninguna broma la tediosa carga de sentir esta responsabilidad
este destino marcado, esa exaltación de la existencia
este mural de macramé tejido con los dientes
este sino oneroso que nadie agradece
este pecado original que de bueno no tiene ni el nombre ya.
Convivo con la inconmensurable naturalidad del villano
el inevitable orgullo del malo del cuento, la seguridad del conserje
y la melancolía hueca del eterno vencido.
Puedo hundir imperios por el aburrimiento de un lunes por la tarde,
dilapidar fortunas por capricho, romper ánimos por despecho
y quebrar esperanzas por la pereza de bajar a hacer la colada un día con lluvia.
Puedo hacer lo que quiera, satisfacer el antojo más remoto y el fetiche más anodino
puedo beber mares, comer montañas y dormir vidas enteras
y lo único que quiero se me escapa de los dedos mientras hablamos
lo único que agita esta sangre efervescente se pierde por el horizonte entre risas y canciones sin acabar.
Y ahora, en este escenario
vacío, ángel caído, rodilla en tierra
atado de pies y manos a unos problemas que yo mismo me creé
sabiendo que ya no engaño a nadie
ahogando en alcohol a ese ángel en el hombro
-y lo digo sin burla-
destilando esta especie de verdad anisada
este veneno que antaño trepaba por la espalda y se enquistaba en la nuca
erizando todo a su paso.
La frustración de una deidad en el cuerpo débil y atemporal de un simple mortal
afrontando la pérdida más absoluta:
Aceptar que ya no seré yo el que ponga la blasfemia en tu boca.
Yo, que otrora formé ejércitos sólo para que te llegase mi mensaje
que diseñé la aurora recorriendo con los dedos tu espalda
que corrompí lo impoluto para que lo vieras, que ensucié lo invisible sólo para que me escucharas.
Me he quedado solo en esta inmensidad de mundo que en tu ausencia está desértico de anhelos y sueños.
Yo, que le pedí a padre un edén para poder echar de menos el color de tus ojos en silencio y tranquilo.
Y después, cuando no me bastó
hice que mordieran la manzana y prendí fuego a la zarza para encender el engaño
¿Para qué?
¿Para que nos echaran del paraíso antes del séptimo día?
Para vivir otra eternidad con la sensación constante de quedarse atrás
para saborear cada mañana la meliflua imagen del recuerdo
y cada noche darme de bruces con la amarga verdad
la que nadie nos dice cuando surcamos los cielos y ahondamos en la tierra:
que hasta el infinito tiene cimas que no puede alcanzar
que hasta el que no tiene límites los encuentra
que hasta el perro sin orejas las tiene que agachar cuando no tiene más remedio
y que hay vida después de ti.
Y lo digo sin burla.
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